domingo, 8 de noviembre de 2009

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Hoy, mi querido lector, es mi cumpleaños. Un año más. Incluso para mí es inexorable el paso del tiempo. Yo tampoco me escapo al carácter disolvente de éste.

Y eso es lo que más terror me causa. Pasa el tiempo y si uno sigue en este mundo, va dejando atrás. Detrás quedan alegrías, penas, desgarros, derrumbamientos, fortalezas, ganas de vivir, ganas de morir, amores, amigos, familiares, vivos y muertos. Todo eso va quedado atrás, y la vida de uno mismo sigue. Y puede uno haber sido humillado, maltratado, despojado de ilusiones, de pasiones, que uno sigue ahí, en ese particular e irrepetible proceso existencial. Uno puede haber sobrevivido a las peores calamidades. Uno puede haber gozado de plenitud y dicha. Uno puede ser feliz y eso también se va acumulando en el saco de las experiencias vitales. Uno se deja llevar por caminos que se van bifurcando. Y en cada una de esas bifurcaciones quedan ya sólo recuerdos de qué persona o cosa o idea o lo que sea le ha acompañado a uno en ese tramo...
Pero uno sigue, se mantiende con vida aunque sea por la curiosidad que suscita el futuro. Uno quiere saber qué pasará luego, mañana, al final. Uno va sobre-viviendo hasta que de repente ya no existe. Puede ser a causa de una experiencia (como lo es morir de pena, amor, suicidio) o por un acontecimiento (guerras, ideales, enfermedades, accidentes, genocidios, feminicidios) o bien porque le ha llegado su hora (qué abrumador es eso de que el destino, azar o lo que sea decida, que a uno le ha llegado su hora).

Pero lo más aterrador, no es lo que uno experimente en su singular y único proceso existencial mundano, si no la humanidad. La humanidad precede y prevalece a uno mismo. Y qué más da que uno haya existido o no, si hay millones de personas que lo han hecho y que todo seguirá su curso por que esa coordenada del tiempo va pasando, va arroyando, va persistiendo. Y si uno no se gana la inmortalidad mediante algún ilustre acto, estará condenado al olvido. A que el tiempo pase por el cadáver de uno y lo convierta en la más atroz nada, lo integre a uno en el paisaje y a que las personas que le recordaban a uno vayan pasando paulatinamente por ese mismo proceso.

Y al río le dará igual fluir al lado de vivos o muertos. Seguirá fluyendo.
Y a la humanidad le dará igual la muerte de miles de humanos. Sólo recogerá en su seno a los ilustres, a los héroes, a los vencedores de la muerte que han alcanzado la eternidad y han pasado a la memoria colectiva.

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