jueves, 10 de mayo de 2012

I feel love


No hay nada como esos amores de verano. Esos que surgen como si nada pero dejan sabor a melón o sandía recién cortada en la boca. A veces saben a horchata. Pero siempre dejan buen sabor de boca (y nunca mejor dicho). Esos que son como una brisa de aire que se cuelan por la falda y dejan al descubierto unas bragas más que húmedas. Esos que dibujan una sonrisa en tu cara mientras piensas en lo que pasó y quizás pasará y la gente piensa o bien que estás tarado o que ha adivinado tu pequeño secreto. Esas historias descomplicadas. Nadie exige nada más allá de disfrutar del momento. Ambos saben que no habrá tampoco nada más allá, de ahí su encanto. Nunca se repiten con la misma persona ni en el mismo lugar. Esas historias que sólo funcionan en la intimidad de un banco de una plaza o parque o jardín con grillos de fondo. Esas que sólo funcionan mirándose a los ojos atravesando dos pares de gafas de sol. Esas miradas brillantes como estrellas que hacen a uno comprender de inmediato lo que la otra persona (en el fondo desconocida) desea. Y tú también tienes en tus ojos un mensaje que la otra persona descifra en un milisegundo. Esos movimientos o sutiles gestos sensuales como rozar levemente la mano o el pelo que crean una tensión indescriptible y el aire se vuelve denso como a orillas del Mekong. Esos besos que deben ser mágicos para conquistar rápidamente porque no saben cuándo ni cuánto se van a repetir. Son vertiginosos. Hedonismo en estado puro. Esas historias que hacen palpitar más fuerte al corazón al re-cordarlas (es decir, al reconducirlas al corazón). Esa sonrisa cómplice que sale desde el recuerdo de las imágenes, olores, sensaciones, siempre al aire libre.