viernes, 13 de noviembre de 2009

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“Una de las principales causas de todo conflicto humano es la creencia de su inevitabilidad”
(Tucídides)


No creo que la causa principal del conflicto humano, y por tanto político, sea la creencia de que es inevitable, ya que muchas teorías, entre las cuáles destaca el pacifismo, aboga por una creencia en la cual el conflicto se puede evitar. Esto no quiere decir que el conflicto no exista, sino que en muchos casos no es necesario llegar a un conflicto abierto o encubierto, se puede abordar y empatizar con perspectivas diferentes sin que eso cause una colisión entre las ideas expuestas. Se trata pues de un enfoque vital radicalmente distinto al del choque y la confrontación. Se trata del respeto mutuo, de la construcción de silencios, de la isegoría, del derecho a decir en público sin que suponga una humillación o un descrédito. Se trata, cómo expone Hannah Arendt, de ensanchar el propio selbst.

Michio Kushi, el padre de la macrobiótica moderna, sostiene que con una dieta macrobiótica, acompañada de ejercicio físico y en general un estilo de vida saludable, la mente se trona tranquila y serena y no tiende a conflictos ni a invadir el terreno de los demás. También la filosofía zen y la meditación invitan al individuo a desechar pensamientos de desgaste y negativos, ya que estos influyen negativamente en nuestro organismo.

¿En qué ha estado pensado entonces Occidente todo este tiempo?

La teoría política clásica a abordado desde tiempos de los romanos las relaciones humanas como necesariamente conflictivas: “si quieres la paz, prepara la guerra”. El máximo exponente de la política como un constante conflicto es Carl Schmitt, para quién la guerra es la máxima expresión del conflicto político. Pero ¿realmente han sido inevitables las contiendas a lo largo de la Historia? Si analizamos con la perspectiva de hoy las causas de la I Guerra Mundial, éstas aparecen como algo irrisorio, que además han dejado atrás miles de muertos, desolación y una gran frustración que condujo a la II Guerra Mundial, más atroz aún que la primera. ¿Ha sido necesaria la disuasión durante la Guerra Fría a través de la carrera de armamentos? Quienes hayan vivido Hiroshima y Nagasaki deben haber presenciando esto con horror, y es que resulta espeluznante.

Tampoco quiero decir con esto que hay que minimizar la cuestión del conflicto. En parte creo que la pasión humana puede llevar al conflicto por que no se sabe gestionar bien todas las emociones y por que la condición de individuos libres nos hace tener opiniones, valores y creencias diferentes y en algunos casos contrapuestas. Si todos fuéramos uniformes, sería una armonía ficticia, como la de Un Mundo Feliz, Nosotros o 1984. Tampoco se deben tolerar actitudes y políticas represoras y totalizadoras del ser humano, que fomenten un pensamiento único.

Como ciudadanos que somos a veces tenemos el derecho a ejercer la desobediencia civil, para dar cuenta de una forma de protesta y disconformidad que no busca el conflicto abierto.

No se trata de conformarse con lo que hay por no entrar en debate o en conflicto. Se trata de evitarse conflictos innecesarios, que únicamente conduzcan al desgaste. Se trata de avanzar hacia una ciudadanía que no estime el conflicto como una vía hacía una nueva situación, sino llegar a ella a través del respeto profundo por uno mismo y por el otro. No se pueden tolerar actitudes agresivas, en un mundo en el que cada vez falta más serenidad y sensatez. No se puede caer en la histeria, el miedo y la locura generalizada que legitime un conflicto para poder solucionarlo. No se puede apoyar una escalada de violencia. Si somos capaces de razonar, tenemos la responsabilidad de desechar creencias que no llevan más que a la más profunda desolación.

domingo, 8 de noviembre de 2009

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Hoy, mi querido lector, es mi cumpleaños. Un año más. Incluso para mí es inexorable el paso del tiempo. Yo tampoco me escapo al carácter disolvente de éste.

Y eso es lo que más terror me causa. Pasa el tiempo y si uno sigue en este mundo, va dejando atrás. Detrás quedan alegrías, penas, desgarros, derrumbamientos, fortalezas, ganas de vivir, ganas de morir, amores, amigos, familiares, vivos y muertos. Todo eso va quedado atrás, y la vida de uno mismo sigue. Y puede uno haber sido humillado, maltratado, despojado de ilusiones, de pasiones, que uno sigue ahí, en ese particular e irrepetible proceso existencial. Uno puede haber sobrevivido a las peores calamidades. Uno puede haber gozado de plenitud y dicha. Uno puede ser feliz y eso también se va acumulando en el saco de las experiencias vitales. Uno se deja llevar por caminos que se van bifurcando. Y en cada una de esas bifurcaciones quedan ya sólo recuerdos de qué persona o cosa o idea o lo que sea le ha acompañado a uno en ese tramo...
Pero uno sigue, se mantiende con vida aunque sea por la curiosidad que suscita el futuro. Uno quiere saber qué pasará luego, mañana, al final. Uno va sobre-viviendo hasta que de repente ya no existe. Puede ser a causa de una experiencia (como lo es morir de pena, amor, suicidio) o por un acontecimiento (guerras, ideales, enfermedades, accidentes, genocidios, feminicidios) o bien porque le ha llegado su hora (qué abrumador es eso de que el destino, azar o lo que sea decida, que a uno le ha llegado su hora).

Pero lo más aterrador, no es lo que uno experimente en su singular y único proceso existencial mundano, si no la humanidad. La humanidad precede y prevalece a uno mismo. Y qué más da que uno haya existido o no, si hay millones de personas que lo han hecho y que todo seguirá su curso por que esa coordenada del tiempo va pasando, va arroyando, va persistiendo. Y si uno no se gana la inmortalidad mediante algún ilustre acto, estará condenado al olvido. A que el tiempo pase por el cadáver de uno y lo convierta en la más atroz nada, lo integre a uno en el paisaje y a que las personas que le recordaban a uno vayan pasando paulatinamente por ese mismo proceso.

Y al río le dará igual fluir al lado de vivos o muertos. Seguirá fluyendo.
Y a la humanidad le dará igual la muerte de miles de humanos. Sólo recogerá en su seno a los ilustres, a los héroes, a los vencedores de la muerte que han alcanzado la eternidad y han pasado a la memoria colectiva.