jueves, 20 de junio de 2013

beautiful, stranger

And I like large parties. They are so intimate. At small parties there isn’t any privacy. (Fitzgerald)

Estaba bailando en cualquier fiesta multitudinaria y por un momento salí de mi abstracción para mirar de reojo a mi alrededor. Mis ojos se detuvieron en mi vecina de la pista de baile y también pude percatarme de que ella se había fijado en mí. Seguí bailando. La volví a mirar. Ella siguió bailando. Ella me volvió a mirar. Nos sonreímos fugazmente. Bailamos un poco más cerca el uno del otro. Nos volvimos a mirar. Estreché mi mano para rozar levemente sus dedos. Se acercó más. Bailamos juntos. Nos miramos y nos besamos en la boca. Muy lenta y tímidamente nuestros labios se buscaban, se sellaban, se separaban, se iban acompasando. Ya no tenía mucho sentido seguir en la pista de baile, por lo que la agarré de la mano para ir a una esquina un poco más íntima. Ahí nuestras manos jugaban también a recorrer y explorar el cabello y las curvas del otro. Nuestros cuerpos se juntaban cada vez un poco más. Nuestros labios y lenguas se devoraban a estas alturas entre suspiros y pequeños gemidos. La volví a agarrar con determinación de la mano, esta vez para gozar de la efímera e interrumpida intimidad que ofrece la puerta de un baño. Y es que mientras al otro lado diversa gente aúlla para que desocupen el baño, a este lado el deseo ofrece juegos infinitos de seducción y consumación. Ese lugar sucio, pringoso que casi no se deja tocar a altas horas de la madrugada, se convierte en un sitio idóneo para cumplir la premisa de que el sexo solamente es obsceno si se hace bien. Después, de forma natural, al salir fui para un lado y ella para otro. Volvió a la multitud.


No la volví a ver. No me volvió a ver.


No hablamos ni una sola palabra